jueves, 27 de septiembre de 2007

La isla perdida


Los británicos vienen por más, tan solo el doble del área marítima. Una diplomacia sin vueltas, pero hay mucho en juego.

Juan Carlos Caminos

La diplomacia de la Argentina, como la de ningún país del mundo, no debería consistir en jugar a las visitas. Todos estos años de “declaracionismo”, a veces estridente, por parte de funcionarios políticos de turno en la Cancillería acerca de los “avances” con Inglaterra en la dirección de la recuperación de nuestra soberanía en las islas Malvinas, se ve que fueron en vano, perdidos. No existió plan político al respecto, más bien un “hacer la plancha” esperando que el tema se resuelva, no se sabe muy bien si por obra y gracia de la suerte, el descuido o la lástima. Los británicos, con una milenaria y salvaje “diplomacia”, vienen por más. Pero no como retruque o capricho político y diplomático. Están en juego cuantiosas reservas marinas, como se viene verificando cada vez más en las zonas árticas y antárticas. Recientemente dos submarinos rusos realizando una verdadera proeza científica y naval, a cinco mil metros de profundidad debajo del casco polar ártico, dejaron plantada en el lecho marino una bandera de su país hecha de titanio. Una moderna y sofisticada “Pica en Flandes”. Las reservas petrolíferas en el ártico parece que son inconmensurables. Minerales y alimento a futuro para millones de personas completan la riqueza, que se repetiría en el sur. Estos poderosos motivos “regionales”, más la tenencia de una enorme plataforma en la ruta austral bioceánica, la riqueza propia de las islas y su mar circundante y la negativa política a dar pasos certeros en la devolución del archipiélago-que sentaría un muy mal precedente para la diplomacia británica- configuran una demasiado precisa voluntad de larga data por parte del Reino Unido. No se puede, frente al complejo mundo que se viene, no contar con una diplomacia activa que trabaje todos los temas en un amplio escenario de posibilidades. ¿Es anacrónico meramente el dominio británico? Frente a una muy dura continuidad británica le hemos opuesto una debilísima discontinuidad, más ligada a supuestos humores de la “opinión pública” que al desarrollo de políticas de estado permanentes.
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