viernes, 14 de septiembre de 2007

Mentira consecuencia




Por: Diego Kraljev

Es grande la desconfianza que, día a día, va ganado terreno en suelos políticos. Desconfianza ante la falta de seguridad, desconfianza ante el incumplimiento, reiterado, de la palabra empeñada por miles de políticos en campaña electoral, desconfianza por transparencia de gestiones, de elecciones o la simple desconfianza por la continua corrupción. Nadie se salva en una Argentina sacudida por constantes mentiras que durante siglos hicieron que fuéramos condenados al fracaso en un país increíblemente rico y grandioso como el nuestro, lleno de todas las bondades soñadas y permitidas. Y en ese juegos de falacias caen todos, inclusive los medios de información. Cada vez que se publica una nota ustedes, desde ese espacio que arma el lector, se pregunta si lo que está leyendo es verdad, si la información protagonista de esas páginas es veraz. El periodismo dejó de ser un canal de mera información con los acontecimientos diarios para establecerse como un medio controlador y generador de “nuevas ideas” dentro de la sociedad. El negocio creció tanto que las noticias se compran, se venden, se “fabrican” por miles de palabras. Y no es un invento lo que digo. Una encuesta realizada hace unos pocos días alrededor del mundo y tomando como universo a 72 países, arrojó la alarmante cifra que casi el 78 % de la ciudadanía de los diferentes estados desconfía tanto de la prensa que no toman la información con la seriedad que se merece. Sin dudas un llamado de atención para todos. El periodismo independiente dejó de ser independiente en el preciso momento que se crearon los sobres (existen de diferentes tamaños)y fueron “olvidados” en el escritorio de alguna editorial. Muchas veces, en este bi semanario de noticias (recordar que ahora salimos Miércoles y Viernes) recibimos un sinfín de denuncias realizadas por ciudadanos comunes que no tienen donde recurrir o enviar una carta de lectores o una nota por los “intereses creados”. Y es tanto el recelo que provoca que una gran parte de la población desconfía de todo, a tal punto, que en el caso Córdoba no sabe quien es el ganador y descree de los dos candidatos por igual. La manipulación es un poder extremadamente perverso. Puede volverse en contra como un bumerang (Alberto Fernández lo vive en carne propia) y en su paso vertiginoso arrancar las cabezas de los propaladores de inexactitudes. Y ese bumerang es el argentino que está despertando y descree, día a día de las noticias. Ya no hay programas periodísticos de alto rating y a nadie les resulta necesariamente importantes. Por algo será... El gran problema sigue siendo la falta de memoria que nos aqueja a todos (y abro un paréntesis para pedir perdón por la repetición de este item pero quiero que tengan memoria). Las noticias dan vueltas como panqueques, (como Borocotó al asumir) en un abrir y cerrar de ojos sin que nadie recuerde lo que leyó o escuchó hace días atrás (ejercicio ya... A quién echaron por las valijas del venezolano?). Y creo que moral, falta de moral, sería una palabra para dejar escrita hacia todos los medios que ejercen este tipo de manejos (Es obvio que el romanticismo murió hace años y hoy impera el verde amor). Sería bueno para todo el país que se ejercieran autocríticas y comenzar un cambio real desde todos los puntos. El descreimiento popular no permite evolucionar de ninguna forma. El descreimiento hacia políticos, seguridad, información y miles de etc, etc, produce miedos y el miedo es no saber que hay más allá. Es miedo a lo desconocido. El miedo no permite crecer a la esperanza. El miedo es un gran negocio. Quizás desde “el rubro” que nos toca a los que pretendemos informar o cumplimos en informar sería bueno intentar corregir esto y promover un cambio. Decir lo bueno y lo malo. Como corresponde, con la verdad. De esa manera el medio se hace creíble y ganamos todos. No sólo los lectores, sino cada uno de los medios. Un cambio no lo propone un gobierno, un cambio lo propone cada uno de los ciudadanos que hace y elije a ese gobierno. Y una sonrisa en un afiche no es creíble, una visita a una villa tampoco. Una palabra cumplida sí. Y ahí empieza el cambio. Y ahí te creo.

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