jueves, 11 de octubre de 2007

Eran otros tiempos

Hay un empresariado genuinamente nacional que hoy no se expresa en las tradicionales asociaciones.

Por: Juancho Caminos

Se acaban de cumplir treinta años de la muerte de José Ver Gelbard. Fallece unos pocos años después que el General Perón. Gelbard formó parte puntualmente de la estrategia de Perón con el empresariado nacional, como engranaje clave de una maquinaria que no tendría que haberse detenido nunca. Fue uno de sus ministros más importantes en una etapa que parecía, en los setenta, nos llevaría a poder retomar un camino de pleno desarrollo económico independiente. Corresponde hacer una aclaración: el empresariado, acá y en la China, hace negocios. Para eso está, para eso arriesga y se prepara. El gran tema es si además de hacer los negocios para sí mismo, los hace para su país o en contra de él. En la Argentina, quizás por períodos demasiado breves, hubo un empresariado nacional que hizo escuela. Por su vocación, su estilo, rapidez, preparación y su gran sentido de la oportunidad. También supo asociarse, agremiarse en entidades de neto corte no solo empresariales sino, y fundamentalmente, nacionales. Una de esas camadas estuvo representada por Gelbard, fundador de la Confederación General Económica, que hoy todavía sobrevive. Aquella fue una corriente netamente “industrialista” que supo acompañar el proceso de desarrollo económico de una Argentina que se ubicaba entre las naciones más ocupadas en su crecimiento integral. Eran empresarios realmente creativos. Hubo un sector que fueron “inventores” de verdadero renombre. No nos olvidemos del impulso que le dieron a la industria plástica, entre otras. Muchos de aquellos empresarios eran ingenieros químicos de la universidad de Santa Fe. Todavía existen fábricas que llevan el sello totalmente reconocible de estos verdaderos pioneros de un modelo de país. ¿Ha desaparecido esta estirpe? Sinceramente, creemos que no. Como tantas cosas en nuestra castigada Nación está, digamos, clandestinizada. No la representa nadie. No tiene entidades gremiales que sean su voz. Su voz es de cada uno en solitario cuando tiene que pelearse con medio mundo para poder exportar, conseguir crédito a tasas reales, etc. La vieja representación gremial ha devenido en un fraccionamiento constante y una pugna interna feroz. Una búsqueda frenética de los favores de la famosa “teta” del estado. Dos agremiaciones, la laboral y la empresarial, se han convocado, aunque no en una sola variante, para aproximarse a lo que ellos consideran el poder futuro en la Argentina a través de un aggiornado “pacto social”. Pálidos reflejos de una sociedad que supo funcionar para todos. O, si se quiere, un espejo deformante y distorsionado por los intereses, las mezquindades y la siempre utilitaria “ideologización” de todo.

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