martes, 30 de octubre de 2007

Vivir y morir en Madrid


El incremento de hechos violentos e irregulares, con el notorio protagonismo de inmigrantes pobres o negros, que vendría a ser lo mismo, tendría como correlato una “solución”.

Por: Juancho Caminos

Hace diez días nos enterábamos, con profundo dolor, de la muerte de un argentino radicado en España. David Aníbal Aguilera de cuarenta y cinco años de edad y taxista en Madrid. Casado con dos hijas, hacía cinco años que se había establecido en Europa. ¿Qué circunstancias de la vida habrán llevado a este compatriota a emigrar? Quizás el trabajo mal remunerado en la Argentina o la presión por la descomposición social, lo hayan empujado a probar suerte en otro lado. Lo acuchilló un negro brasileño que habría sido detenido en estos días. Poco después, otro argentino fue testigo de un brutal ataque de un barcelonés a una adolescente ecuatoriana, en un tren catalán. Parte de la prensa ha “reclamado” acerca de la no intervención del argentino, para impedir el atropello. En otro momento de esta “secuencia”, nos encontramos con que el Premio Nóbel James Watson, reconocido por descubrir la estructura del ADN, acaba de renunciar a su cargo de director del Cold Spring Harbor Laboratory, tras haber planteado, escandalosamente, la “menor” inteligencia de los negros. La violencia, discriminación, la xenofobia y el racismo desatado en tiempos del actual gobierno socialista de Zapatero, no sería tan casual. Ayuda muchísimo el “oportuno” y casi científico aporte de un premio Nóbel (la “tribuna” globalizada que ofrece el desprestigiado premio sueco, ha caído por la pendiente de ser “portavoz” de las necesidades más espantosas de los poderosos del mundo), que aunque haya “renunciado” a su cargo y se haya disculpado públicamente, sus “calificaciones” iniciales, además de oportunas y funcionales a los gobiernos con inmigración masiva de pobres, son las que importan, las que quedan y sedimentan para futuras acciones. Todos estos acontecimientos “prepararían” el clima para poder producir la “corrección” necesaria y ahora “esperada” por toda la sociedad europea, cansada de “desprolijidades” demográficas. El incremento de hechos violentos e irregulares, con el notorio protagonismo de inmigrantes pobres o negros que suele ser lo mismo, tendría como correlato una solución. Calificar la inmigración, de eso se trata. Se ha lanzado en la UE (Unión Europea) la Tarjeta Azul, inspirada en la Green Card norteamericana. La idea sería competir en igualdad de condiciones con Australia, Canadá y EE.UU. que poseen estos sistemas de atracción de mano de obra calificada, confiable y… un poco más barata que la local. El proyecto de la Tarjeta Azul le otorga beneficios al inmigrante: derecho a un permiso de residencia y de trabajo por dos años renovable y en las mismas condiciones para los veintisiete países del bloque. Los requisitos, como no podía ser de otra manera, son altamente exigentes: diploma reconocido, tres años de experiencia profesional y una oferta laboral de una firma radicada en Europa. Hay un cierto temor sindical en el sentido que se produzca lo obvio: el “dumping” o abaratamiento del costo laboral por la existencia de una oferta ad hoc. Las autoridades proponen entonces que los inmigrantes “calificados” que sean contratados, ganen tres veces el sueldo mínimo del país que los contrata. ¡Qué distancia con el trato que tuvieron los inmigrantes que supo recibir la Argentina! ¡Cuanta ingratitud! ¿Qué va a pasar con los miles de argentinos e Iberoamericanos no “calificados” que se largaron a Europa a probar suerte, corridos por la malaria o la violencia? Una Europa cada vez más difícil, en nada se parece a la Argentina generosa, que siempre fue abierta hasta formar un verdadero “crisol de razas”. Abierta a la “extranjería” de buena voluntad y de trabajo. Los hijos y nietos de ellos si que “calificaron”, y fueron profesionales de todo tipo. Personal

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